Un progreso N OTAN libre ni tan nuestro
I. La idea de progreso impuesta por el Atlántico Norte (OTAN)
Como señalo el historiador y pensador irlandés Jhon Bury (Clontibret, 1861-1927) en su libro “La idea del progreso”[2], se puede creer o no en el progreso, lo cierto es que fue una idea que se convirtió, entre mediados del XIX y buena parte del siglo XX, en una verdadera doctrina que ha servido para dirigir e impulsar desde las llamadas “potencias del Atlántico Norte”: Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica, Estados Unidos, en otras palabras, quienes en la actualidad dirigen la Organización del Tratado del Atlántico Norte: OTAN; su idea de lo que es y no es “ser civilizado”.
Hasta en algunos lugares, como en el Río de la Plata, llegó al punto de ser una de las ideas constitutivas de la nacionalidad (de patria chica) ¿Cómo es esto?
Las ideas de civilización y progreso, ya presentes en la región, se consolidaron luego de la Batalla de Pavón de 1861, cuando los porteños derrotaron a la Confederación Argentina, estableciéndose de allí e más como un indicador de juicio sobre lo bueno y lo malo de una sociedad. Se inmiscuyó con otras ideas, con otras raíces, como las ideas de Nación, Patria, libertad y democracia. Por ejemplo, los ideales de libertad y democracia, que poseen su propia, histórica e independiente validez, toman un nuevo valor cuando se relacionan con el ideal de progreso.
Los vencederos de Pavón impusieron la modernidad, con toda su batería de concepciones presentes en Europa desde el siglo XVIII, una de ellas era la Ilustración. Toda una cosmovisión, una forma de ver el mundo, que como señala el historiador y Pensador Nacional, Fermín Chávez (Nogoya, 1924-2006), fue un movimiento espiritual surgido en el siglo XVIII, dice: “que se distingue por su fe dogmática en la utilidad y en el valor de la razón humana.[3]” El iluminismo, como otras corrientes de pensamiento modernas, contemporáneas y posmodernas –positivismo/liberalismo/pragmatismo/iusnaturalismo- focaliza en la razón antes que en la realidad. Precisamente la modernidad se construyó desde nuevos criterios de realidad imaginados en un espacio y un tiempo que no fueron el pasado, ni el presente, sino el futuro. Vale decir, una base no terrenal sino imaginaria, abstracta. “Lo natural” es reemplazado por “lo sobrenatural”. Desde la teoría política se construyeron mitos científicos y planteos que intentaron e intentan explicar desde lo abstracto el origen del orden social.
La idea de Nación y Patria que elaboró el Estado oligárquico liberal de fines del siglo XIX, por ejemplo, surge desde estas concepciones y sostiene que la sociedad, la comunidad, no era el producto de la naturaleza, sino que era un artificio, una construcción. Como señala Oscar Terán, “el hombre ya no era el zoon polítikon aristotélico (el animal que vive en la polis, el animal político o social), sino un ente presocial y prepolítico, alguien que es un ser humano antes de ingresar en el estado civil o de sociedad.[4]” A partir de este sujeto, el ente presocial y prepolítico, fueron pensadas las teorías contractualistas de Hobbes (Westport, Reino Unido, 1588-1679) Locke (Wrigton, Reino Unido, 1632-1704) y Rousseau.
La concepción contractualista parte de la hipótesis según la cual los seres humanos, nacidos como individuos pre sociales, por violencia, temor o autodefensa, deciden asociarse. Los hombres deciden voluntariamente vivir en sociedad. Se crea un imaginario en donde las sociedades se fundan a sí mismas, se autoconstituyen a partir de un acuerdo público desarrollado entre quienes habitan esa sociedad. En consecuencia, no solo se desplaza la historia y al pasado sino también a la religión, que daba el fundamento divino al sistema político del antiguo régimen con su pacto de sujeción o de obediencia expresado en la formula Dios-rey-pueblo. En este pacto de origen medieval, los súbditos del rey debían rendirle obediencia al rey, en tanto el rey realice un buen gobierno. En el pacto que proponía Rousseau, en cambio, elimina la obediencia al rey y a los valores que impartía la religión, como también se elimina la obediencia a los usos y costumbres pre existentes de los pueblos, a toda organización intermedia (sindicatos, gremios, cooperativas, mutuales) y con ello, se excluye a la historia, memoria y pasado de los pueblos de la política moderna.
La idea de democracia, libertad, Nación y de Patria en la modernidad surgen en el vacío absoluto. De un punto 0, nace a partir del pacto entre los individuos que integran un suelo y que se asocian voluntariamente negando todo lo anterior. El pasado ya no importa en el reino de la razón. La razón antes que los hechos. Durante el siglo veinte la razón de la modernidad se conjugo con otro ideal, el del progreso. Progreso y libertad. Progreso y democracia. Progreso y Nación.
Bartolomé Mitre (Buenos Aires, 1821-1906) fue un escritor, historiador, militar (muy malo, por cierto), periodista, pero esencialmente fue una figura política. Un político de facción. Representó los intereses porteños hasta el punto de promover la creación de la “República del Plata”. Fue Gobernador de Buenos Aires y luego de destruir la Confederación Argentina a partir de la Batalla de Pavón, asumió la Presidencia de la República (1862-1868). En referencia a Mitre como estadista, afirma el pensador Nacional Ramón Doll (La Plata, 1896-1970):
“Despojado Mitre de sus títulos de liberal, demócrata y civilizador y sometido a una prueba rigurosa de recomposición histórica, en su Presidencia se llega a esta asombrosa y desopilante constatación: que su Presidencia fue una verdadera dictadura militar, ensangrentada por sus fieles lugartenientes uruguayos (Sandes, Arredondo, Flores, Rivas), enviados al interior para pacificar las provincias y someterlas al liberalismo y a la civilización.[5]”
Mitre fue ante todo un hombre de Estado. Las ideas no se expresaban únicamente en sus textos sino que desde lugares de poder se vehiculizaban en acciones con repercusiones directas para la sociedad Argentina. En su Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina [1857] dice Mitre:
“La masa popular, mal preparada para la vida libre, había exagerado la revolución política y social, obedeciendo a sus instintos de disgregación, de individualismo, de particularismo y de independencia local, convirtiendo en fuerzas sus pasiones y removiendo profundamente el suelo en que debía germinar la nueva semilla que llevaba en su naturaleza. De aquí la anarquía, hija del desequilibrio social y del choque consiguiente de las fuerzas encontradas. […] De aquí el duelo a muerte entre el federalismo y el centralismo, entre la democracia semibárbara y el principio conservador de la autoridad, entre el antiguo régimen apuntalado y el espíritu nuevo sin credo y sin disciplina. Decimos sin credo, porque, como se ha visto, la masa popular obedecía a un instinto más bien que a una creencia, aun cuando invocará una palabra que simbolizaba un principio de gobierno futuro, que sólo la inteligencia podía vivificar, una vez producido el hecho de la disgregación, Esta palabra era Federación. […] Adoptada sin comprenderla por Artigas y los suyos, se convirtió en sinónimo de barbarie, tiranía, anti nacionalismo, guerra y liga de caudillos contra pueblos y gobiernos.[6]”
En Mitre la masa popular se manifiesta como instintiva, disgregada, anárquica. Además, Mitre disocia a los habitantes con el suelo que habitan como si la naturaleza hablase por sí sola. El suelo tiene un destino que tuercen los hombres que habitan en él. En ese mismo sentido, la Federación es para Mitre una forma de gobierno no entendida por Artigas y los caudillos, que en su narrativa parecen no tener pueblo. Revisemos esta paradoja: Artigas y los caudillos no son los representantes de sus respectivos pueblos, todo lo contrario, para Mitre son quienes atacan a los pueblos. En síntesis, en Mitre sólo se rescata la naturaleza, el espacio físico de la Nación y de la Patria, sin los que habitan ese espacio. Habla de una Nación, pero la Nación de la que habla no tiene pueblo.
Domingo Faustino Sarmiento (San Juan, 1811-1874) fue parte del círculo dirigente del Estado y sucedió a Mitre en la Presidencia de la República (1868-1874). Luego, se desempeñó como senador nacional por la Provincia de San Juan. Sarmiento, fue promotor de la instrucción para la formación de una nacionalidad específica para el territorio argentino,[7] en “Conflictos y armonías de las razas en América” de 1883 escribe:
“¿Cuál ha de ser, nos hemos preguntado más de una vez, el sello especial de la literatura y de las instituciones de los pueblos que habitan la América del Sur, dado el hecho de que la nación de que se desprendieron sus padres no les ha legado ni instituciones ni letras vivas?[8]”
Para Sarmiento el pasado no existe, tampoco la tradición, menos aún las voces de los pueblos preexistentes. Busca a la Nación fuera del territorio. Precisamente en los extremos de nuestro continente: en los Estados Unidos.
En el caso de Sarmiento la inmigración era la puerta de entrada para construir una Argentina moderna, pero con una particularidad no menor, desde su concepción esta idea era una certeza, porque él ya lo había visto. Sus viajes a Europa y Norteamérica no son únicamente viajes físicos, hay en esos viajes un desplazamiento hacia otro tiempo. Percibe sus travesías como verdaderas visitas a otra temporalidad. Sarmiento viaja al “futuro”, observa las transformaciones que genera la inmigración, y cuando vuelve al país, no duda en el reemplazo e incluso en la eliminación de las poblaciones que él consideraba primitivas, que no estaban acordes a los tiempos que corrían. Las poblaciones que habitaban el territorio (los indígenas y los gauchos) eran a los ojos de Sarmiento las culpables del atraso, los verdaderos gérmenes causantes del desorden, de las guerras civiles, de los malones y las montoneras.
En otro de sus libros, fundacional para el conjunto de nociones que conformarán todo su ideario: Facundo. Civilización y barbarie (1845), escribe:
“El elemento principal de orden y moralización que la República Argentina cuenta hoy es la inmigración europea, que de suyo, y en despecho de la falta de seguridad que le ofrece, se agolpa de día en día en el Plata, y, si hubiera un Gobierno[10] capaz de dirigir su movimiento, bastaría por sí sola a sanar en diez años no más todas las heridas que han hecho a la patria los bandidos, desde Facundo hasta Rosas, que la han dominado.[11]”
Y en la misma clave en su libro Argirópolis de 1850 expresa;
“La emigración europea responde a todas las cuestiones. Hágase de la República Argentina la patria de todos los hombres que vengan de Europa; déjeseles en libertad de obrar y de mezclarse con nuestra población, tomando parte en nuestros trabajos, disfrutando de nuestras ventajas. Esto es lo que sucede hoy en Norteamérica.[12]”
Juan Bautista Alberdi (San Miguel de Tucumán, 1810-1884), realiza en 1852 su trabajo Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. En aquel entonces Alberdi era un ferviente opositor de Juan Manuel de Rosas (1793-1877) y al enterarse de la caída de su gobierno comienza a redactar las “Bases” que prácticamente de inmediato tiene una gran influencia en los sectores políticos y letrados de la época[13].
En ese texto desarrolla una lectura similar a la de Sarmiento sobre la incidencia de la inmigración europea en la formación de una nueva Nación. Estas ideas expresadas en “Bases” van a ser fundamentales para la historia del Estado Argentino, ya que tiempo después de su publicación en Valparaíso, Justo José de Urquiza (1812-1870) las tomará como punto de partida para la redacción de la Constitución Nacional, trabajo que le encargará a Juan María Gutiérrez y a José Benjamin Gorostiaga (1823-1891), ambos muy cercanos de Alberdi. Al mismo tiempo, Urquiza postula a la figura de Alberdi como la del pensador de la Nación editando sus obras relacionadas con las cuestiones constitucionales.
Alberdi explica de qué forma y quienes edificarán esta nueva etapa que se abre:
“¿Cómo, en que forma vendrá en lo futuro el espíritu vivificante de la civilización europea a nuestro suelo? Como vino en todas las épocas Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas de civilización, en las inmigraciones que nos envié.[14]”
Como se puede observar, en Alberdi, como en Sarmiento y Mitre, la Nación se construye por la voluntad de la intelligentzia. Es una construcción. Un proyecto a futuro. En este punto, mantienen la línea filosófica del iluminismo, en donde como en la Revolución –burguesa- Francesa de 1789, se parte desde un vacío. El inicio es la nada. Todo está por construirse. La Nación solo existe en el futuro. No hay pasado ni religión, menos aún, cultura de los pueblos preexistentes que valga la pena considerar.
Por último tomaré el caso de Juan Bautista Justo (Buenos Aires, 1865-1928), uno de los fundadores y referentes indiscutidos del Partido Socialista Argentino, partido político que presidió desde sus primeros años hasta su muerte. Además, Justo fue Diputado Nacional desde 1912 hasta 1924 y Senador de 1924 a 1928.
En uno de sus libros principales, Teoría y práctica de la Historia (1898), dice Justo:
“La filosofía del pueblo es el realismo ingenuo, el modo de ver intuitivo y vulgar que los filósofos desdeñan. La realidad es el conjunto de las percepciones y concepciones comunes de los hombres, nunca tan comunes como cuando se aplican a la vida ordinaria, en el trabajo, en la técnica. Conocemos las cosas y las cosas en cuanto somos capaces de hacerlas servir a nuestros fines. En su realismo ingenuo, el pueblo desprecia las vacías fórmulas que se presentan a veces como ciencia. […] Numerosos indicios del moderno movimiento histórico señalan para la humanidad un porvenir mejor. Marcha en masa hacía la libertad, que no consiste en la soñada independencia de las leyes naturales sino en el conocimiento de estas leyes y en la posibilidad así obtenida de hacerlas obrar metódicamente con fines determinados.[15]”
En este libro, el líder del Partido Socialista Argentino intenta conciliar su lectura de la obra de Marx con una metodología científica de tono positivista más algunos elementos del mundo de las izquierdas francesas e inglesas, todo ello con el objeto de estudiar el caso argentino.
En este párrafo, se puede observar el lugar que Justo les asigna a los pueblos o lo que llama “la filosofía de los pueblos en la marcha hacia la libertad”. Para Justo, la libertad no se encuentra en los tiempos presentes, tampoco en el pasado. La libertad es un objetivo a realizarse. Pero en este proceso no participa el pueblo. Libertad y pueblo en Justo son antagónicos. No corren paralelos. La Nación se encuentra en el futuro, porque la libertad, su sustento fundamental, se encuentra en el futuro.
Para Justo, la ciencia es un sinónimo de la verdad. O dicho de otro modo, solo por medio de un método científico, de una teoría, se puede llegar a la verdad. Y la verdad es la realidad. Subrayo aquí la paradoja. Para Justo, los hechos, es decir, los sucesos históricos, no son reales sí no son portadores de razón-verdad-ciencia. Hay hechos sociales, como las Revoluciones y levantamientos radicales de 1890, 1893 y 1905 o la Semana Trágica de 1919, pero para el líder del PSA estos hechos sociales o son abstracciones[16] o expresan un sin razón. En consecuencia, no tienen lugar en su teoría de la historia. El pueblo, “ingenuo, intuitivo y vulgar” no puede hacer ni escribir la historia. De hecho, la historia está aún por escribirse para Justo, se encuentra en el futuro.
Varios pensadores han estudiado las cuevas ocultas del progresismo (Leonardo Castellani, Julio Meinvielle, Ramón Doll, Alberto Buela, Aleksandr Dugin, Esteban Montenegro[17]). Estos autores, en la mayoría de los casos, rastrearon la etimología de la palabra progreso. Repasemos.
El término progreso/progressus que se usa en nuestros días deriva de término griego próodos, que significa “salir de sí mismo y dirigirse hacia lo otro”[18]. Los neoplatónicos llamaron proódos al recorrido o manifestación que nace del origen, de DIOS, y que se dirige hacia lo terrenal, al humano y su pensamiento. Han pasado muchos años y la palabra ha sido reconvertida en nuestros tiempos, parecería que el progresismo acelero la marcha y desde mediados del siglo XX y hasta nuestros días (2022) se ha alejado más y más de la unicidad, entendiendo por ello en nosotros, la identidad mestiza con su cultura iberoamericana (indígena e ibérica), sus lenguas latinas y su cristiano plebeyo. La diversidad es la expresión de la lejanía. Es la aceptación de que somos diferentes, distintos, ajenos y, peor aún, de que esas bifurcaciones tienen una valoración positiva.
En conclusión, no es positivo para nosotros, los iberoamericanos, esa idea de diversidad, de libertad, nos una más a quienes explotan nuestros recursos, destruyen nuestros ecosistemas y nos dominan con los mecanismos más siniestros, qué a nuestros vecinos y hermanos Iberoamericanos. En nuestra región, lo distinto se ensambla, muta, se incorpora e unifica.
Para expresarlo de una forma más radical, en nuestra región, lo distinto se ensambla, muta, se sincretiza, incorpora e unifica. No se acepta ni se respeta. Esos son modismos de las urbes europeas mal copiados por una casta de periodistas, políticos e intelectuales (ensamblados por la colonización cultural ejecutada por la OTAN) que dominan los medios de comunicación hegemónicos y que hoy constituyen lo que llaman “opinión pública”. Además, ¿La OTAN tiene pensamiento diverso cuando se trata de resolver que se debe hacer respecto a los territorios ocupados por los Imperialismos del Atlántico Norte en Iberoamérica (Islas Malvinas, Panamá, Puerto Rico, Guantanamo, etc…)? O ¿tiene pensamiento diverso la OTAN cuando se intenta matar a un filósofo como Aleksandr Dugin por pensar distinto? (en el atentado ocurrido en Moscú murió la hija de Dugin: Darya Dugina)[19]
II. La idea de Libertad impuesta por el Atlántico Norte (OTAN)
Desde los primeros burgos que aparecieron a los costados de los castillos tras las cruzadas (1300), y más aún, luego de los cercamientos (1600-1700), como señalan estudiosos como Henri Pirenne[20], Eric Wolf[21], Fabián Campagne[22] o Christopher Hill[23], la palabra libertad comenzó a sonar de otra manera. Dejo de lado el peso de moralidad, justicia y responsabilidad para pasar a poseer una valorización ligada al progreso, específicamente a una idea de progreso (geográficamente situada en el Atlántico Norte) relacionada con la irrupción de la propiedad privada y del modo de producción capitalista. En resumen, el término en su espíritu tenía poco que ver con la idea de libertad de la antigüedad, formada de la conjunción del sufijo latino tat (tas, tatis) más el adjetivo liber, que significaba “libre en el sentido amplió”. Antes, se relacionaba con la situación, circunstancias o condiciones de quien no es esclavo, ni sujeto, ni impuesto al deseo de otros de forma coercitiva. Por otra parte, ejercer la libertad en la antigüedad tenía sus limitaciones, ya que si bien la libertad permitía a alguien decidir si quiere hacer algo o no, en resumen: lo hacía libre, también lo hacía responsable de sus actos[24]. Justamente, la modernidad cargada de un progreso que no era otro que el progreso del capital, borró la parte de las consecuencias de los actos cometidos en alas de la libertad. De modo que la libertad a veces llegaba a las Américas en barcos cargados de esclavos por ingleses u holandeses o la libertad se ejercía expulsando o aniquilando de las tierras comunitarias a los pueblos indígenas y a las congregaciones religiosas. El iluminismo, la ilustración, también hicieron su gran fiesta con esta palabra. Quienes tuvieran educación universitaria gozarían de la libertad, mientras que los demás ni siquiera comprenderían de qué se trataba. Como señala el pensador Nacional Fermín Chávez (Nogoyá, 1924-2006), bajo la fórmula de Civilización o barbarie se profesaba una libertad antihistórica, acultural[25], en síntesis: des humanizada, sin tradiciones. En este punto me interesa detenerme para reflexionar: ¿Cómo y por qué hablamos de una libertad impuesta desde las potencias del Atlántico Norte (OTAN) que implicó e implica necesariamente la extirpación de la tradición Nacional?
Además de Fermín Chávez otros escritores, políticos y/o pensadores debajo de la Cruz del Sur han reflexionado sobre la idea de libertad impuesta en nuestros suelos, como son los casos de José Hernández, Joaquín V. González, Leopoldo Lugones, Alberto Wagner de Reyna, Alberto Buela, Leonardo Castellani, Carlos Astrada, Pedro Ichauspe, Papa Francisco y tantos otros.
El poeta, escritor, periodista y político, José Hernández (Charcas del Perdriel –actualmente Villa Ballester-, Buenos Aires, 1834-1886), en el Martín Fierro hace decir al Gaucho: “Nací como nace el peje/ en el fondo del mar…/ mi gloria es vivir tan libre/ como el pájaro en el cielo; no hago nido en este suelo/ ande hay tanto que sufrir; y nadie me ha de seguir/ cuando yo remonto vuelo.” Ahora bien, lejos de hablar de la libertad individual, como podrían pensar algunos pensadores posmodernos sobre este fragmento, El Gaucho Martín Fierro alude aquí a la opresión que sufre el Gaucho rioplatense en sus tierras, por ello llega a decir que es en el campo abierto, en la intemperie, en donde el Gaucho se reencuentra con la libertad. En otra parte del libro escribe José Hernández: “Soy un gaucho desgraciado, no tengo donde ampararme/ ni un palo donde rascarme, ni un árbol que me cubije; pero ni aun esto me aflije/ porque yo sé manejarme. Antes de cair al servicio, tenía familia y hacienda; cuando volví, ni la prenda me la habían dejado ya./ Dios sabe en lo que vendrá, a parar esta contienda.[26]” Martín Fierro menciona que antes de “cair en servicio” (de que ser obligado a ir a luchar contra el indio en la frontera) tenía otra vida, gozaba de la libertad del que obtiene lo necesario para vivir mediante el trabajo, en otras partes del libro afirma: “El trabajar el ley”. Sin embargo, en un momento determinado esa vida se interrumpe y pierde su libertad, que sólo la puede encontrar escapando de la “justicia”. Dice: “La ley se hace para todos, pero sólo al pobre rige.”
Repasemos. El poblador histórico, preexistente, la síntesis del complejo y tortuoso proceso de colonización: el Gaucho, es en las últimas décadas del siglo XIX, perseguido, calumniado, traicionado, desarraigado y criminalizado. Hay justicia pero no hay una justicia social, ya que, como señala José Hernández, no se imparte para todos por igual. En este sentido entonces, El Gaucho Martín Fierro (1872) de Hernández puede ser leído como una denuncia a la injustica que sufren los pobladores de nuestras tierras, al mismo tiempo, expresa de una forma muy clara como se comienzan a trastocar las palabras, en sus formas y contenidos. Se habla y se escribe sobre la libertad, pero esa palabra ya no significa lo mismo que antes. Los Estados Nación que hablan y escribe sobre la libertad son los mismos que motorizan las acciones que sufre sus pobladores, como es el caso del Gaucho Martín Fierro.
En consecuencia, la base de sustentación de los Estados Nación de fines del siglo XIX, aquellos que surgen tras vencer en las guerras civiles a los líderes de gauchos y de indios, deberían revisarse, o al menos, de ponerse en cuestión. Algo que rápidamente ocurre. El político, historiador, educador y escritor, Joaquín Víctor González (Nonogasta, 1863-1923), en 1891 escribe una obra fundamental sobre estos problemas titulada: La tradición Nacional, dice allí González: “Desconfiemos siempre de ese patriotismo convencional que se adquiere con el cerebro y que no reside en el fondo del alma como un elemento de la vida, porque en los momentos de prueba, cuando se necesita la sangre expiatoria, suele enmudecer como las tumbas, y en él vienen a estrellarse con horror las olas rechazadas por los vientos de la adversidad. El patriotismo es una virtud, y como todas las virtudes, deber ser un sentimiento educado y dirigido por la inteligencia; y es de este equilibrio entre la facultad sensitiva y la intelectual que nacen las grandes obras que fundan las nacionalidades y forman la sucesión brillante de glorias que un pueblo venera y santifica.[27]”
Desconfiemos entonces de la idea de libertad, más aún sí como nos señala Joaquín V. González, esa libertad se relaciona con una idea de Nación, de Patria, en donde se traiciona, desarraiga y se elimina a sus hijos. No hay Patria que mate a sus hijos. En todo caso, eso es otra cosa. Pero, como también han señalados José Hernández y Joaquín V. González, la realidad prevalece sobre la ficción, de hecho, la ficción debe su vida a la realidad, aunque se ocupe una y otra vez de negarla. Y la realidad encuentra su refugio en la tradición. Los recuerdos, memorias, saberes, costumbres, valores que se transmiten por nuestros padres. La Patria es etimológicamente la tierra de nuestros padres y el término tradición, como nos explica el filósofo y Pensador Nacional Alberto Buela, deriva del latín y quiere decir entregar, transmitir. Es una palabra que necesariamente se liga con lo social, lo popular[28]. Se vincula con acciones colectivas y cotidianas, con charlas entre padres/madres e hijos/as, entre amigos/as, nietos/as y abuelos/as, etc… La tradición reside en las vivencias compartidas, y en ese sentido, es resistente a las imposiciones ajenas, externas y extrañas. La tradición es entonces la casa de la Patria, es donde reside la Patria.
[1]Profesor de Historia – Universidad de Buenos Aires, Doctor en Historia– Universidad del Salvador, Especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano – Universidad Nacional de Lanús, Docente e Investigador del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte”, del Instituto de Problemas Nacionales y del Instituto de Cultura y Comunicación. Columnista del Programa Radial, Malvinas Causa Central, Megafón FM 92.1, Universidad Nacional de Lanús.
[2] Bury, Jhon, La idea del progreso, Madrid, Alianza Editorial, 1971.
[3] Chávez. Fermín, Historicismo e iluminismo en la cultura argentina, Buenos Aires, El País, 1977, p. 60.
[4] Terán, Oscar, “Lección 2. Mariano Moreno: Pensar la Revolución de Mayo” en Historia de las ideas en Argentina, op., cit., pp. 38-39.
[5] Doll, Ramón, op.cit.
[6] Mitre, Bartolomé, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Buenos Aires, Edición del Diario La Nación, 1949, pp. 59-60.
[7] Sobre la instrucción pública y sus diferentes formas implementadas desde el Estado se sugiere leer el trabajo de Alejandro Herrero, “Una Aproximación a la historia de la educación argentina entre 1862-1930”, Remedios de Escalada, Edunla, 2010 en donde se ahondan en los principales problemas generados en el ámbito educativo.
[8] Sarmiento, Domingo Faustino, “Conflictos y armonías de las razas en América”, en Obras completas de Sarmiento, Vol. XXXVIII, Buenos Aires, Luz del día, 1956.
[9] Sarmiento, Domingo Faustino, Argirópolis, Buenos Aires, Secretaría de cultura de la Nación, 1994, p.114.
[10] Recordemos que para el año 1845 Juan Manuel de Rosas gobernaba Buenos Aires y era el líder indiscutido del Federalismo.
[11] Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo o Civilización u barbarie, Buenos Aires, Hyspamerica, 1982 (reproducción íntegra del original publicado en Buenos Aires en 1874).
[12] Sarmiento, Domingo Faustino, Argirópolis, Buenos Aires, Secretaría de cultura de la Nación, 1994.
[13] Sábato, Hilda, Historia de Argentina 1852-1890, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012.
[14]Alberdi, Juan Bautista, Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, Buenos Aires, Emecé, 2010, p.85.
[15] Justo, Juan Bautista, Teoría y práctica de la historia [Primera edición de 1898, con varias ediciones en donde modifica y aumenta su contenido, en este caso, la edición corresponde a la tercera publicada en 1909], Buenos Aires, Imprenta, Liberia y Editorial La Vanguardia, 1931, pp.497-498.
[16] Sobre las críticas a las lecturas de la realidad nacional de Juan Bautista Justo encuentro varios estudios. Entre los más importantes: Spilimbergo, Jorge Eneas, Juan B. Justo y el Socialismo cipayo, Buenos Aires, Coyoacan, 1961; Puiggrós, Rodolfo, Historia critica de los partidos políticos argentinos, Buenos Aires, Argumentos, 1956. Con una re edición en donde se corrige y se profundizan algunas críticas a Justo: Puiggros, Rodolfo, Las izquierdas y el problema nacional, Buenos Aires, Ed. Jorge Alvarez, 1967; Ramos, Jorge Abelardo, Revolución y contrarrevolución en Argentina, Buenos Aires, Amerindia, 1957. Con varias ediciones, corregidas y aumentadas: 1961, 1965, 1970, 1972, 1973.
[17]Castellani, Leonardo, Esencia del Liberalismo, Buenos Aires, Ediciones Dictio, 1976; Meinvielle, Julio, Un progresismo vengonzante, Buenos Aires, Cruz y Fierro Editores, 1967; Doll, Ramón, Liberalismo. En la literatura y en la política, Buenos Aires, Claridad, 1934; Buela, Alberto, Teoría del disenso, Buenos Aires, Nomos, 2020; Dugin, Aleksandr, Logos argentino. Metafísica de la Cruz del Sur, Buenos Aires, Nomos, 2018; Montenegro, Esteban, Pampa y estepa, Buenos Aires, 2020.
[18]Dugin, Aleksandr, Logos argentino. Metafísica de la Cruz del Sur, op., cit., p. 21.
[19]El mismo Papa Francisco se expresó con estas palabras sobre el atentado: ““La locura de todos lados porque la guerra es una locura. Nadie en la guerra puede decir ‘no, no estoy loco’. La guerra es una locura. Pienso en la pobre niña (Darya Dugina) que fue volada por una bomba debajo del asiento de su automóvil en Moscú. Los inocentes pagan la guerra”. (26 de Agosto de 2022).
[20]Pirenne, Henri, Historia económica y social de la Edad Media, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1939
[21]Wolf, Eric, Europa y la gente sin historia, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.
[22]Campagne, Fabián, Feudalismo tardío y revolución. Campesinado y trasformaciones agrarias en Francia e Inglaterra (siglos XVI-XVIII), Buenos Aires, Prometeo, 2005.
[23]Hill, Christopher, El mundo trastornado. El ideario popular extremista de la Revolución Inglesa del siglo XVII, Siglo XXI, Madrid, 2015.
[24]Diccionario de la Real Academia Española y Asociación de Academia de la lengua Española, Madrid, Espasa Calpe, 2014.
[25]Chávez, Fermín, Epistemología de la periferia, Remedios de Escalada, Ediciones de la UNLa, 2012.
[26]Hernández, José, El Gaucho Martin Fierro [1972], Buenos Aires, Editorial Ciorda, 1976.
[27]González, Joaquín V., La tradición Nacional [1891], Buenos Aires, Librería y Editorial La Facultad, 1930, p. 143.
[28]Buela, Alberto, Aportes al Pensamiento Nacional, Buenos Aires, Ediciones Cultura Et Labor, 1987.